Como he observado en muchas ocasiones, las empresas familiares tienen 3 hábitos connaturales muy potentes que no dejan de guiarlas en su desarrollo y crecimiento, salvo claro está que los transmuten en vicios.
El primer hábito es el “emprendedor”, la voluntad o energía inquebrantable de comenzar y recomenzar, sea cual sea el escenario coyuntural económico que atraviesen, viendo siempre formas de mejorar productos, servicios y operaciones, sirviendo mejor a los clientes, y expandiendo los negocios mediante el aprovechamiento de nuevas oportunidades. La crisis Covid19, pese a su gravedad, ha sido una mera anécdota circunstancial comparada con esta energía imparable empresarial. Podrá aparecer velada por un tiempo, pero resurgirá con fuerza en su momento. Cada una de estas organizaciones empresariales acumula décadas o cientos de años de saber hacer empresarial, ingenio, innovación, que no están dormidas.
En segundo lugar, las familias tienen un hábito innato de “preservación”, es decir, de mantener las condiciones que permiten vivir familiarmente a lo largo de los años. Por eso los padres sueñan con que sus hijos y sus nietos puedan continuar con las actividades de la empresa familiar. Gracias a ese hábito, muchas familias han aprendido a “preservar” su riqueza creando fondos patrimoniales desligados de sus actividades operativas o empresariales, que en tiempos difíciles les permiten tener músculo financiero suficiente para resistir. Y también, capacidad financiera suficiente para poder aprovechar las oportunidades de crecimiento, adquisición e inversión que se presentan en todas las crisis. O en último término, una sana separación patrimonial respecto a determinadas actividades empresariales que pueden haber llegado a su fin por falta de futuro y conviene su venta o liquidación, centrándose en otras actividades más prometedoras.
Por último, y en tercer lugar, las familias tiene el hábito de “compartir”, razón por la que se muestran como organizaciones menos alienantes en lo humano, más acogedoras. Podríamos decir que las empresas familiares tienden a convertir lo empresarial en familiar, a veces para lo malo, pero también para lo bueno que hay mucho y es muy necesario. Por eso los directivos y empleados históricos de las empresas familiares son “como de la familia”. Este hábito de “compartir” se observa habitualmente en numerosas actividades de filantropía, responsabilidad social y a través de fundaciones familiares, en gran parte desconocidas o mal dimensionadas por la sociedad. Durante la reciente crisis Covid19, hemos podido ver numerosos ejemplos de empresas familiares haciéndose solidarias con la sociedad en la búsqueda de soluciones, cediendo hoteles para su uso hospitalario, transformando sus operaciones para la producción de mascarillas y respiradores, aportando conocimiento para gestión logística y de transporte, facilitando condiciones a sus cadenas de suministro o mejorando los servicios a sus clientes, por poner solo algunos ejemplos.
Las crisis originadas por los cambios socio-políticos, por los ciclos financieros o incluso por problemas de salud (como el Covid19) podrán ser más o menos graves, pero las empresas familiares no cejarán en su empeño por seguir emprendiendo, preservar su riqueza y compartir con toda la sociedad su riqueza y talentos adquiridos.